Arturo
Pérez-Reverte
"Mujeres peligrosas"
Mi amigo Pepe se apoya en la
barra, a mi lado, pide una cerveza y se bebe la mitad de un solo trago. «Las
tías de ahora son el copón de Bullas -dice-. Agresivas que te
rilas, colega. Peligrosas como ninjas. Esta mañana, una de ellas estuvo
a punto de calzarme una hostia. Y te juro que creí que me la daba. Iba
conduciendo tan tranquilo, ya me conoces, y al llegar a una rotonda llega una
con el Megane, conduciendo con una mano y hablando por teléfono con la
otra, se salta el ceda el paso y se mete delante por todo el morro, que casi
estampo el coche contra el de ella. El caso es que me pego el sobresalto, y
cabreado le toco el pito. Ya sabes, un bocinazo y una ráfaga de los
faros. ¿Y sabes qué hace la pava? Pues pega un frenazo
atravesándome su coche delante, saca medio cuerpo por la ventanilla y me
pregunta a gritos que qué cojones pasa conmigo. En ésas se me
ocurre hacerle el gesto de que hay que mirar por donde se anda y menos
telefonito en la oreja; y entonces la hijaputa, en vez de achantarse, abre la
puerta, baja del coche y se viene derecha para mí con cara de matar,
tío, te lo juro. Con cara de estar dispuesta a morderme los huevos».
En ese punto yo he pedido otras
dos cervezas y le pregunto a Pepe por el aspecto de la dama. Por su pinta y
catadura. Sería una ordinaria mala bestia, apunto. Una tía
desgarrada y bajuna. Pero él, secándose la espuma de cerveza del
bigote, mueve la cabeza y responde que nada de eso. Que era una señora
normal, cuarentona, bien vestida con ropa buena. Algo gordita y medio guapa. De
ahí su sorpresa cuando ella se le puso delante de la ventanilla y se
ciscó en su puta madre. «Como te lo cuento, en serio -añade-. Me
dijo hijoputa en toda mi cara, mirándome como si fuera a partirme en
dos. Y yo me dije no puede ser, Pepe de mi alma; esta cabrona lleva una pipa
encima, por lo menos. O lleva un arma o está loca, rediós. Es
imposible que le eche esos huevos y me esté dando la bronca de esta
manera en mitad del tráfico, que si abro la puerta seguro que me agarra
por el cuello y me pega un puñetazo. O un tiro. Así que me
quedé allí con la ventanilla subida, acojonado, mientras la
tía, con ojos que se le salían de la cara, tenías que
verla, me daba un repaso que hasta gotas de saliva caían en el cristal,
gritándome hijoputa y tontolculo, con los cinco o seis coches que
estaban parados cerca haciendo tapón y los conductores tronchados de
risa, claro, disfrutando del espectáculo. Y al fin, cuando se
cansó, dio media vuelta, volvió a su coche y salió a toda
leche, quemando neumáticos. Y es que las tías se han vuelto
locas, de verdad. Las mujeres van de un agresivo por la vida que asombra, oye.
Que da miedo».
Bueno, le digo tras pensarlo un
poco. Quizá, para comprender a tu amiga del Megane tengas que ponerte un
momento en su lugar. Imaginarte, por ejemplo, lo que ella tiene en la cabeza
cuando llega a la rotonda a toda leche. A lo mejor llega tarde al trabajo
porque antes llevó a sus hijos al colegio, y está hablando por
teléfono para ver a qué hora tiene la cita de negocios prevista
para hoy; o le va diciendo al marido que a ella no le dará tiempo de ir
al ayuntamiento para pagar la tasa de la recogida de basuras, y que vaya
él cuando pueda; aunque tampoco sería raro que en este momento
esté preguntando al servicio técnico, por enésima vez,
cuándo pasarán a reparar la lavadora o la vitrocerámica
que llevan una semana estropeadas, y que al mismo tiempo esté intentando
enterarse de cuándo le dan hora en la clínica para echar un
vistazo a ese bultito que hace tiempo se nota en el pecho; haciendo compatible,
si es posible, el horario de esa consulta con la revisión que ya le toca
del ginecólogo, con llevar a un hijo al oftalmólogo y con la
redacción del informe sobre el contrato con los chinos que su jefe le ha
pedido para el lunes: día en que tenía previsto hacerse la
depilación, porque al idiota de su marido se lo gusta. Y en ésas se
encuentra, marcando números telefónicos y discurriendo como una
loca para combinarlo todo, intentando de paso calcular si podrá recoger
esta tarde a los críos en el cole y si dejó suficiente comida
hecha para la cena, cuando de pronto se percata de que hay un gilipollas que le
da un bocinazo y ráfaga de luces justo en el momento en que acaba de
acordarse de que el domingo es el puto Halloween, maldita sea su estampa, y
todavía no le ha cosido al niño el disfraz de Spiderman ni a la
niña el de Rapunzel para la fiesta del colegio.
XLSemanal - 23/11/2015